Renovación por decreto a un proyecto de ciudad
Gonzalo Correal / Arquitecto y urbanista
Especial para EL TIEMPO
En gestión de suelo y, sobre todo, en renovación urbana,
Bogotá enfrenta retos. Sin embargo, más que centrarse en lo físico-espacial
tras la redensificación, esta debe ser una herramienta integral para la gestión
del cambio y la transformación urbana.
La idea es que sea capaz de responder a las exigencias de
crecimiento futuro y de revertir procesos de deterioro que generan
desequilibrios económicos y sociales. Por ello, no puede hacerse de cualquier
forma.
Experiencias como la ‘erradicación’ del sector del Cartucho
y la ‘recuperación’ de la Plaza de San Victorino no han tenido los resultados
esperados, como tampoco parece que –hasta ahora– la ‘toma’ del Bronx haya
contribuido en la transformación definitiva de su entorno.
Pero si las acciones no han producido los resultados
esperados, tampoco han logrado estimular la participación de los privados. De
cerca de 2.200 hectáreas incluidas en el tratamiento de renovación urbana en
Bogotá, solo se han aprobado 6 planes parciales (40,84 hectáreas).
Además, cerca de 197 hectáreas (menos del 9 por ciento) se
encuentran en fases de formulación y de viabilidad. Quedan claras, por lo
tanto, las dificultades de la gestión o que el promotor prefiere operaciones
más seguras y rentables. También está demostrada la ineficiencia del Gobierno
Distrital para dar trámite expedito a los instrumentos de planeamiento y de
gestión que demandan estas operaciones. Trámites de hasta ocho años para
aprobar un plan parcial lo confirman.
Quizás respondiendo a esta situación, la Alcaldía Mayor
expidió el Decreto 621 que propone un modelo de desarrollo para las avenidas
con transporte público masivo, a través de la densificación sobre la calle 80 y
la carrera 30 con alturas de 20 pisos en la mayor parte de los corredores y de
30 pisos en las intersecciones de la malla vial arterial. Así, el decreto
define el perfil urbano aplicable a otros corredores.
Es una acción importante; por eso sorprende que, en medio
del proceso de formulación del Plan de Ordenamiento Territorial (POT), se
establezca –vía decreto– una estrategia que debería hacer parte del componente
urbano del POT.
Intervenciones de este tipo constituyen operaciones
estratégicas de diseño de ciudad que deberían sustentarse en un proyecto urbano
integral que no solo permita el desarrollo sobre el corredor vial, sino que
articule y ordene los sectores aledaños a estos ejes estructurantes que, en una
visión multi-escalar, se conecte a la ciudad.
La norma parece una medida contingente para facilitar la
operación del mercado inmobiliario con el incentivo de la mayor edificabilidad
(condicionada por modestas cargas urbanísticas). Como si fuera poco, tampoco
configura hecho generador de plusvalía.
Si se trataba de estimular la inversión privada, se han
establecido las condiciones adecuadas, sobre todo para las grandes superficies
ubicadas en las intersecciones de la malla vial arterial, que además del
beneficio de los 30 pisos parecen liberarse de los requisitos del Decreto 079
del 2015.
Esperamos, más allá del estímulo a la construcción, que este
ejercicio de renovación por decreto detone los procesos de transformación y
propuestas que incluyan una estrategia integral de renovación urbana, ya que
extrañamos la idea de proyecto de ciudad, tan propia del alcalde Peñalosa.
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